La importancia de lo que decimos: Las palabras.
Lo que decimos y no decimos tiene un poder inmenso, no hieren únicamente cuando son dichas sino que las palabras perduran en nuestro corazón, recuerdos, alma y voz interior, haciendo un daño profundo en la persona y en su vida.
Hace tiempo me di cuenta de que a mí las palabras me duelen, las siento como puñales clavados en medio del alma, me afectan causándome un tornado emocional interior brutal, que hace que mis pensamientos, sentimientos, conductas se vean afectadas y cambien no siempre a mejor.
Si verdaderamente fuésemos conscientes, de que todo aquello que sale por nuestra boca puede afectar positiva o nefastamente a la vida de las personas, nos cuidaríamos muy mucho acerca de cuándo hablar, cómo decir las cosas y que palabras concretas utilizar.
Porque los vocablos que pronunciamos nos afectan, tanto si somos nosotros los que los pronunciamos como si somos los que los recibimos, por inocentes que los creamos el poder de las palabras es inmenso y ejercen una gigantesca influencia en nuestro cerebro, nuestra salud y bienestar; llegando incluso a darnos o quitarnos la energía.
Dependiendo de quién sea la persona que las diga, las palabras nos afectarán en mayor o menor grado; si son dichas por alguien cercano en quien confiamos o idolatramos como una pareja, familiares, tutores o amigos nos afectan mucho más, ya que le otorgamos mayor relevancia y veracidad a aquello que pronuncian.
Las palabras duelen, llegan a nuestro interior y resuenan, nos afectan haciéndonos tener falsas creencias por el hecho de que nos han repetido en demasía algunos términos desafortunados, los cuales llegamos a interiorizar y adoptar como ciertos.
Lo que decimos es tan importante como lo que no decimos.
Por ejemplo, no es bueno decirle a un niño repetidamente –¡Qué torpe eres!– o –¡Eres un payaso!– porque al final lo creerá, tampoco es bueno cuando uno toma una decisión difícil como dejar de fumar o ir al gimnasio todas las mañanas… y te responden –¿Estás hablando enserio, tú…? ¡Con el vicio que tienes!-o- ¡Ni de coña vas a poder, si no has hecho deporte en tu vida!– ¿Porqué en vez de reforzar positivamente y animar esa decisión, la menospreciamos y la echamos por tierra? ¿Por qué la gente se cree con derecho de decirte frases como –¿Dónde vas así vestida?– o –¿Qué mala cara traes hoy?-, –Quita que no sirves para nada– o –Trae aquí eso que tú no sabes hacerlo-…? ¿Por qué machacamos, por qué no utilizamos un lenguaje más positivo para con los demás?
A menudo nosotros mismo somos los que nos dañamos con un dialogo interior negativo. Sería mejor decirnos yo puedo, yo sé, yo valgo… en lugar de decirnos internamente –no puedo, no sé, no valgo, es muy difícil, no soy capaz, soy fea, estoy gorda…-
Todos hemos sentido más de una vez, que las palabras positivas nos hacen ser más felices y las palabras negativas nos estresan y nos dañan. Esto significa que un discurso negativo puede afectar nuestro estado emocional, y además si este discurso lo creemos, lo interiorizamos y lo escuchamos de nuestra propia voz interior nos puede llegar a enfermar. Obviamente, no se trata de abrazar un positivismo ingenuo, pero deberíamos vigilar nuestro discurso interior, hacer que este sea beneficioso y alentador para mejorar nuestra salud y calidad de vida.
Hace tiempo el Doctor Masaru Emoto realizó un experimento que consistía en rellenar tres botes con arroz hervido, los cuales cubrió con agua, a uno de ellos lo ignoró y a los dos restantes les puso una etiqueta con la palabra odio y al otro con la palabra amor. Durante 30 días el doctor se acercaba a los botes de arroz para hablarles, al bote del amor le propinaba palabras de agradecimiento y al bote del odio insultos. En un mes comprobaron que el arroz del bote del amor había fermentado y desprendía un agradable aroma, mientras que el arroz del bote del odio se volvió completamente negro, pudriéndose el bote ignorado. Sin lugar a dudas, a través de este experimento podemos ver la importancia de lo que decimos y la intención con la cual hacemos las cosas.
Las palabras también dan lugar a interpretaciones a veces afortunadas, otras no tanto. Por ejemplo, el otro día en una reunión de amigas comentando cómo nos veíamos físicamente con respecto a nuestra época de juventud, una de ellas comentó que desde que había bajado peso se veía estupenda, a lo que otra rápidamente apostilló –¡Tú flaca no estás!– lo peor era que la chica que se veía ahora estupenda siempre había tenido complejo de gordita y había perdido 10 kilos, no estaba esquelética pero ella estaba feliz, se sentía muy bien con su nuevo cuerpo. Rápidamente la ofendida interpretó –¡Tú flaca no estás!– como –¿Me estás llamando gorda? Porque si no estoy flaca, estoy gorda y estás insultándome en toda la cara…– se sintió humillada y violentada, así que tuvimos que poner paz entre ambas inmediatamente ya que se avecinaba tormenta…
Todo lo que decimos queda dicho, tanto si las palabras son dichas sin maldad aparente, como si estas están envenenadas y van bien dirigidas, aquello que decimos pueden llegar a dar en la diana para hacer sufrir. Siempre podemos decir las cosas mejor de como lo hacemos, simplemente hay que pararse a pensar y ponerse en el lugar de la otra persona. Hay un gran poder oculto tras cada palabra y ese poder puede ser negativo o positivo, sólo depende de nosotros y de nuestras elecciones.
Un pequeño truco que podemos utilizar antes de hablar, es la regla de los tres filtros de Sócrates. Los tres filtros son la verdad, la bondad y la necesidad, sólo hablaremos tras pasar nuestras palabras por la regla de los tres filtros, por tanto sólo hablaremos si aquello que queremos mencionar es cierto, es bueno y es necesario, de lo contrario será mejor no mencionarlo y ahorrárnoslo.
A menudo al no expresarnos con corrección damos lugar a malentendidos, desde que leí Somos lo que hablamos. El poder terapéutico de hablar y hablarnos del Psicólogo Luis Rojas Marcos y El Poder de la palabra de Kevin Hall tengo muy en cuenta aquello que digo y cómo lo digo, con qué intención, con qué tonalidad… así como aquello que no digo o aquello que puedo decir mejor para hacerme entender y no dar lugar a sufrimientos, equívocos y malentendidos. También estas lecturas me han ido bien para saber que las palabras me afectan, reconocer cómo lo hacen e intentar poner remedio tanto a lo que me dicen, como a lo que digo o me digo a mí misma.
A las palabras no se las lleva el viento, perduran en nuestra memoria, en el corazón y dirigen nuestra vida conforme las vamos indicando, por ello qué mejor que indicarlas el camino de la bondad, motivación y positivismo.
Ahora ya sabes la importancia de las palabras, espero que este post sirva para reflexionar un poco sobre ello.